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A lo largo de los millones de años de evolución de la especie humana, la obtención de la energía de los alimentos y el gasto de energía muscular requeridos para su obtención habían estado balanceados. Pero con la llegada de
la revolución industrial, nuestras condiciones de vida cambiaron drásticamente y alejándonos de nuestro diseño evolutivo. Comenzamos a ingerir una alimentación muy rica en calorías, abundante en grasas y azúcar. Además, el uso de máquinas que facilitaban todas nuestras labores y de los vehículos que nos transportaban diariamente sin esfuerzo, redujo nuestro nivel de actividad física, dejó de costarnos esfuerzo conseguir nuestros alimentos.
En estas condiciones nuestros genes paleolíticos, al someterse a unas condiciones muy alejadas del diseño evolutivo, se convirtieron en promotores de enfermedad de la opulencia (obesidad, diabetes, hipertensión, problemas cardiovasculares). La prevención y el tratamiento, según los preceptos de la medicina darwiniana, deberíamos por adaptar nuestra alimentación y nuestro estilo de vida, dentro de lo posible, a las condiciones en la que prosperaron nuestros antecesores. Y una de las formas más eficaces para sintonizar con nuestro diseño paleolítico es movernos todos los días.